Las ciudades tienen un déficit de diversión infantil y juvenil, en parte porque los adultos hemos decidido no dar espacio al divertimento informal mediante la normalización del espacio público. Barriendo, cómo no, hacia actividades para más de 18 años. Hacia los consumidores en lugar de los ciudadanos.
A pesar de que jugar es clave para el desarrollo, la salud o la felicidad de los y las peques, o de que el Juego (en mayúsculas) es un derecho recogido en la Convención sobre los Derechos del Niño de las Naciones Unidas —«_los Estados Partes reconocen el derecho del niño al descanso y el esparcimiento, al juego y a las actividades recreativas propias de su edad y a participar libremente en la vida cultural y en las artes_»— la realidad es que en la mayoría de municipios hoy es más difícil jugar que hace una o dos generaciones. De hecho, en lugares como Inglaterra se estima que el tiempo que pasan los niños y las niñas en el exterior se ha reducido en un 50 % en una sola generación, y el resto del mundo tiene cifras parecidas.