Los de 1ºESO lo llaman el pasillo de los besos. Está situado en el ala derecha del edificio, en la planta baja, donde se encuentran todos los grupos de 2ºBachillerato y la palabra que más se escucha, cada día, es siempre la misma. Selectividad.

Pero aunque entre exámenes, epígrafes, más exámenes, trabajos, más epígrafes y aún más exámenes parece que no hubiera tiempo para nada, la vida continúa...

A veces, hasta hay tiempo para que surja una mirada. Una posibilidad. Un interrogante. Y hay quien aprovecha los cinco minutos entre clase y clase para buscar a alguien con quien no comparte aula, pero sí deseo.

A Iria le gustaría salir a ese mismo pasillo. Pero no está segura de si debe hacerlo. De si puede hacerlo. En casa no lo ha contado todavía. No ha encontrado el momento y tampoco está segura de si encontrará la confianza para llegar a hacerlo.

Su padre cambia de canal cuando aparecen besándose esos maricones que están en todas partes. Y su madre da gracias a que en su casa todo sea como Dios manda. Las palabras de los dos, en la cabeza de Iria, suenan siempre en mayúsculas, como los epígrafes de sus temas de Historia.

La culpa es de Ainara. De cómo se miran cuando coinciden en ese pasillo al que los de 1ºESO se asoman en cuanto pueden. Quizá con ganas de estar ahí. O de curiosear. O para sacar de quicio a sus tutores, que han visto cómo se adueñaban del instituto en apenas un par de meses.

A Iria le gustaría ser un poco Ainara. Envidia su seguridad cuando reúnen a los Bachilleratos en el salón de actos. Cómo cuestiona, hasta cómo se rebela. Imagina que ella no está llena de dudas. Que no temería a las mayúsculas que Iria sigue oyendo cuando le hablan sus padres.

Hasta que alguien se queja. Es un profesor rancio al que no soportan ni sus alumnos ni sus compañeros. Uno de los que presumen de tener el mayor índice de suspensos, convencido de que esa estadística es sinónimo de su exigencia cuando, tal vez, solo es la cifra de su fracaso.

Le molesta que ese pasillo sea, ha dicho en un Consejo Escolar, tan indecente. Que haya gente que se manosea, que se toca, que se besa como si no estuvieran en un instituto.

En Jefatura, sin embargo, no le dan la razón, porque saben que un instituto es un lugar donde sucede la vida y la vida, además de exámenes y epígrafes, también está hecha de deseos, de piel y de besos.

Pero el profesor convence a su grupo de afines, porque siempre hay quienes están dispuestos a sumarse a la toxicidad, y se crea un clima extraño entre quienes ahora recorren ese pasillo dispuestos a separar a cuanta pareja encuentran y quienes no aprueban ese instinto censor.

En el claustro se desata una guerra sorda y entre los estudiantes comienza el deseo de protestar. De dejar claro que no hacen nada malo. De exigir un respeto que sienten que ese rey del 4 que nunca será un 5 no les muestra. Así que se reúnen y Ainara, cómo no, coge la palabra.

La idea es sencilla. Todos en el pasillo. El lunes. Justo antes de tercera hora. Una besada gigantesca que, por supuesto, grabarán y quizá incluso compartan en redes sociales.

Iria pasa el fin de semana sin pegar ojo y con la convicción de que va a suspender Historia si no consigue sacarse de la cabeza los ojos de Ainara, los labios de Ainara, la sonrisa firme y generosa de Ainara para que entren en ella los dichosos epígrafes que sigue sin memorizar.

En su wasap de clase todo gira en torno a la besada. No falléis, elegid con quién, acudid sin falta… En la cabeza de Iria resuenan las mayúsculas familiares mientras que en su corazón vibran las iniciales que componen el nombre de Ainara.

Sabe, porque se ha informado, que no está con nadie. Que todo el mundo sabe, desde 4º, que es bi. Que tuvo novia en 1º. Que rompieron este verano. Que su ex no se parece en nada a ella. Es más alta que Iria. Es más atlética que Iria. Es más sensual que Iria.

Se compara con lo que sabe de su ex y, presa de sus complejos habituales, decide que no va a intentarlo. Que bastante fracaso va a ser ese suspenso en Historia como para sumar también arriesgarse también a un rechazo.

Hasta que suena el timbre y, menos los que nunca se implican en nada -esa gente a la que Iria no quiere parecerse- salen todos. Ella los sigue. No sabe si buscar o no a Ainara. Si ya habrá escogido a alguien. Pero mientras duda, es ella quien la encuentra

Es Ainara quien le pide permiso con la mirada. Quien aproxima su mano, con delicadeza, hasta rodear su cintura, quien le retira el flequillo con el que Iria lleva años ocultando unos ojos negros y profundos que hoy brillan como nunca lo han hecho antes.

Es ella quien acerca sus labios, quien comienza acariciar los suyos, quien la invita a beberse la vida en ese beso a medias que no debe durar más que unos segundos aunque Iria siente que se convierten en una eternidad.

Un aplauso espontáneo impide que se escuche el segundo timbre. Hay una euforia contagiosa en el ambiente y un par de profesores que detestan cordialmente a su compañero el rancio sonríen orgullosos de esos estudiantes a los que extrañarán el curso próximo.

Iria se refugia en esa alegría ajena para esconder sus miedos. Porque no ha sido solo un beso. Ha sido un principio. Ha sido una promesa. Ha sido el vértigo de una química que sospechaba pero que la piel de Ainara le ha comprobado que es real.

Así que llega a casa y, por primera vez, escucha a sus padres en minúsculas. Todo suena lejano, diminuto. Notas a pie de página en un diálogo que ahora escribe ella, que es un wasap de Ainara proponiéndole hacer algo, que es un sí, que son unos emoticonos cursis y sonrojantes.

No sabe cuándo lo dirá en casa. Ni si lo hará. Ni siquiera le preocupa que ese vídeo que han grabado esta mañana cruce la red y llegue a hacerse viral. Es su vida, ¿no? ¿Por qué debería parecerle bien o mal su vida a quienes no son ella? ¿Qué mayúsculas hay que poner ahí?

En su decisión hay un deje de melancolía, porque le gustaría haber tenido la suerte de Ainara, que más adelante le contará que fue su madre quien provocó la conversación. Que le han ofrecido referentes. Que sólo le han pedido que no la tumbe el miedo. Ni la ignorancia.

Iria no está en ese lugar. Pero ahora que ha sentido esa alegría sincera e inocente de besar a alguien, ese instante perfecto -incluso a pesar de los nervios, y de la torpeza, y de la inseguridad-, ya no piensa renunciar a ello.

A vivir lo que tenga que vivir con Ainara. A arriesgar. A probar suerte. Con ella, con las chicas que puedan venir después, con todos los hermosos nombres de mujeres con que construirá su biografía.

Y, pese a quien pese, esta vez sí sabe cómo la escribirá.

EN MAYÚSCULAS.

Visto en Twitter: https://twitter.com/Nando_Lopez_/status/1167154957046484992?s=19 por Nando Lopez
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